viernes, 30 de diciembre de 2016

Atrévete (2014) | Sara Sefchovich

Sara Sefchovich (1949, Ciudad de México)


Atrévete (2014), ed. Aguilar
Sara Sefchovich Wasongarz es escritora, socióloga, catedrática, comentarista, investigadora, autora de catorce libros. Realizó su doctorado en Historia en la UNAM. Ha colaborado para periódicos como El Universal, La Jornada y Reforma. Ha sido galardonada con el Premio Agustín Yañez y merecedora de la beca Guggenheim.

En Atrévete ofrece una invitación para combatir la violencia en México:

Si eres un ciudadano preocupado por lo que está suciediendo en tu país, tienes que leer este libro.
Si eres activista, intelectual, político, tienes que leer este libro.
Si eres madre de familia, este libro es para ti.
Este libro es para todos, porque aquí encntrarán una propuesta contra la violencia, en la que todos estamos incluidos y todos somos responsables.

 

Berlín, Breitschadtplatz


El 19 de diciembre de 2016 finalmente y después de varios intentos fallidos tiene lugar un ataque terrorista en Berlín en un mercadillo navideño. Vivo a escasos dos kilómetros del lugar. El facebook organiza poco después un servicio para que sus usuarios avisen si se encuentran fuera de peligro. Los rumores suceden uno tras otro. La duda, la incredulidad, cómo pudo pasar esto y por qué no se pudo evitar. 
En los días siguientes los padres tienen que preguntarse si envían o no a la escuela a sus hijos (dejo aquí un artículo donde se dan consejos a los padres para tratar el tema con los niños). Los comentarios que abogan por una reacción mesurada inundan el internet y las noticias sobre las víctimas y la persecución se actualizan en tiempo real.
Los amigos comentan sin sorpresa que Berlín haya sido atacada, “se esperaba” se escucha en varias conversaciones en la calle.
A pesar de ciertos comentarios xenóbofos y retrógrados, que hay aquí y en China, la mayoría enfrenta y siente como propio el atentado. No quiere mostrar miedo. Algunos amigos van al lugar, pasan un tiempo en la plaza, dejan una veladora. Algunos sólo paran, dedican un minuto de silencio y siguen al trabajo o reanudan su rutina. La gente aquí no quiere tener miedo.
Y con este atentado recuerdo esta propuesta hereje para combatir la violencia en México.

Atrévete (2014)

La violencia está tan impregnada en la conducta social, que en los años cincuenta, cuando le avisaban a alguien de la muerte de un conocido, su primera reacción era preguntar ¿y quién lo mató? (Atrévete, p. 79: Carlos Martínez Assad, entrevista, 28 de julio de 2004.)

Con el subtítulo “Propuesta hereje contra la violencia en México” apareció hace dos años el libro de la socióloga Sara Sefchovich que quiero hoy recomendar. Diría reseñar pero esa no es mi intención. Mi intención es sembrar una semilla y plantear que esta propuesta hereje es plausible. El 26 de junio de 2015 la autora presentó su libro en la Casa de las Humanidades en Ciudad de México, tuve la oportunidad de verla defender sus ideas. Quien la haya visto en acción, sabrá que es una mujer directa y puntual, que deja los sentimentalismos de lado y no tiene pelos en la lengua para encarar a su interlocutor cuando le hacen una pregunta sin pies ni cabeza o sin lógica posible.
En Atrévete se hace un llamado a la sociedad a ser responsable del ámbito donde se mueve. Si bien, el actual problema de inseguridad y violencia que sufre el país no sólo este sexenio (por desgracia tenemos que contar ya el tiempo en sexenios) tiene que ser combatido por el Estado, esto es indiscutible. Lo que se puede discutir y se tiene que mejorar es el cómo se está enfrentando ese problema, si la vía (militar) es la correcta. Pero también hay que aceptar el hecho de que al Estado no le im1portan sus ciudadanos:

Tres organizaciones no gubernamentales hicieron cuentas, según las cuales los 35 mil millones de pesos que se pagaron de forma irregular a líderes sindicales, comisionados y aviadores, hubieran permitido incorporar a seis millones de estudiantes al programa de becas, o rehabilitar casi 36 mil escuelas, o afiliar a más de 17 millones de familias al Seguro Popular, o multiplicar por siete el Programa de Apoyo Alimentario, o capacitar 400 000 policías o duplicar el presupuesto de la PGR.
Pero no, eso no sucede.
Y es que en México, los ciudadanos no tenemos ninguna importancia para los políticos, funcionarios, autoridades, jueces, patrones y burócratas de cualquier tipo y nivel. (Atrévete, p. 61)

Y así como hay desinterés por parte de los gobernantes, los ciudadanos a su vez no confían en políticos ni instituciones. En ese contexto, ¿qué puede hacer la población? Porque es evidente que no podemos esperar a que sea el Estado quien resuelva un problema que no va a desaparecer por sí mismo. Esta es la pregunta clave, qué podemos hacer, sobre todo en un país que no se ha dado cuenta que desde hace años está en guerra.

La única realidad es que el aumento en el número de delitos es impresionante, tan sólo el de homicidios es “de una magnitud que no tiene precedentes y es incluso dos veces más rápido que el experimentado por Colombia durante la guerra contra Pablo Escobar”, y de acuerdo con una ONG, entre 2006 y 2012 la cifra de muertos en México fue cercana a la que hubo en los Balcanes y en Irak, que estaban en guerra” [...]
En total, 21 millones 603 mil 990 mexicanos de 18 y más fueron víctimas de la delincuencia el año pasado. Eso implica 29.6% de la población adulta. Prácticamente tres de cada diez mexicanos adultos fueron víctimas de la delincuencia en 2012.
[...] Tenemos, en promedio, que en este país se cometen 52 delitos por hora. (Atrévete p. 15)

Por la velocidad a la que avanza la violencia es obligatorio pues hacerse esta pregunta: ¿Qué puede hacer uno entonces como persona para no ser parte del problema? ¿Es posible hacer algo? Las veces que regreso a México lo primero que me salta a la vista es el surgimiento de nuevos ídolos, nuevos valores en la sociedad. La radio en el norte transmite un sinfín de narcocorridos donde se predica una vida de placeres, riqueza y lujo; y esta vida ya se presenta como una realidad rápida y asequible para muchas nuevas generaciones. Es palpable. El único pero del asunto es que tal vez uno no llegue a viejo si sigue por ese camino, pero al menos vive feliz y rico. Los periódicos y noticieros amarillistas hacen otro tanto por presumir e idolatrar este camino. Y tampoco hay que olvidar la pequeña pero constante presión de la rutina, del día a día: El vecino que no tenía nada y ahora aparca cuatro coches fuera de su casa. O el que “lo caen” en el problema y es partícipe involuntario sólo porque vive en el lugar incorrecto.

No vale la pena estudiar para acabar vendiendo tacos en la calle, vale más la pena ser el que más mata, el que más chinga, el más cabrón (citado en Atrévete, p. 56: Humberto Padgett, “Los muchachos perdidos”, El País, 28 de junio de 2012).

Y en efecto, cuando Juan Pablo Becerra Acosta le preguntó a un muchacho michoacano: “¿Por qué se metió a vivir la vertiginosa vida delincuencial?”, la respuesta que recibió no dejaba lugar a dudas: “Porque me pagaban mil 800 pesos a la semana. Nomás por hacer eso. Así de fácil”. Concluye el periodista: 7 mil 800 pesos mensuales para comprar ropa, joyitas y pasear con sus morras en Apatzingán. ¿Quién le ofrece eso legalmente? (Atrévete, p.56: Juan Pablo Becerra Acosta, “Niños y niñas de la Guerra michoacana”, Milenio Diario, 17 de febrero de 2014)

Madres de Plaza de Mayo

Las Madres de Plaza de Mayo es un grupo argentino formado inicialmente con el fin de recuperar con vida a los detenidos desaparecidos durante la dicturadura de Rafael Videla para posteriormente continuar con el enjuiciamento de los responsables.
 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=354536
El 30 de abril de 1977 un grupo de catorce madres se reunió en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada –sede de la Presidencia, deseaban que Jorge Rafael Videla las recibiera y les rindiera cuentas por sus hijos desaparecidos. Efectuaron para ello una manifestación pública pacífica. Las madres empezaron a caminar en círculos a paso lento, de dos en dos para evitar que disolvieran su manifestación. A la siguiente semana se sumaron a esa manifestación más madres. Posteriormente cambiaron sus reuniones al jueves y para reconocerse se pusieron un pañuelo blanco en la cabeza. En diciembre del mismo año, desaparecieron doce personas pertenecientes al grupo. Pero el grupo alcanzó su cometido, fueron escuchadas. Su movimiento fue apoyado por instituciones de mayor peso y el grupo se ganó la simpatía social. Un movimiento que parecía condenado al fracaso movió montañas. Y sirve hoy en día como ejemplo e inspiración para movimientos semejantes. Este movimiento es la base de la propuesta hereje.

La madre y la propuesta hereje

No sólo lo ha señalado Octavio Paz o Aniceto Aramoni, un sinfín de intelectuales ha recalcado la importancia de la madre en la sociedad mexicana. Sara Sefchovich parte de este gran peso social para proponer lo siguiente: utilizar su figura como un ente que permita combatir la violencia.

Lo que ellas [las madres de Plaza de Mayo] han hecho parece muy simple pero no lo es: consiste en asumir su maternidad como algo que “dura toda la vida”, y que por lo tanto, implica una responsabilidad permanente respecto al vástago.
[...]
Si las madres de las víctimas se pudieron organizar para buscar a sus hijos, aunque esa tarea sea tan difícil que casi roza en lo imposible, tan peligrosa que casi parece demencial y si aprendieron a luchar porque como ellas mismas han dicho “antes no sabían hacerlo”, también las madres de los victimarios pueden hacerlo, pueden aprender qué hacer para detenerlos, para parar esta orgía de sangre y sufrimiento, así parezca también imposible. (Atrévete, pp. 97)

Entendamos en esta propuesta que la figura de la madre bien se puede encontrar en la madre (biológica) pero también puede entenderse de una manera simbólica: es la abuela, la hermana, el hermano, los tíos, los amigos que crían, que educan y que juegan ese rol de formar (moralmente) al menor. Es decir: la propuesta va dirigida al tío que es el ejemplo de la casa, va a la madre, va al hermano mayor: qué ejemplo están dando, cómo se están comportando. Y ese papel no termina nunca, bajo esta manera de ver las cosas, bajo esta propuesta decir cosas como “ése no es mi hijo” no funcionan. Ese es el hijo que se formó bajo nuestra cautela y es nuestra obligación reaccionar por un comportamiento que no nos parezca adecuado. Parte de la educación que damos consiste en no solapar un comportamiento violento.

Ahora bien: ¿por qué si nos negamos a atribuirle a la madre toda la responsabilidad de la situación, aceptamos convertirla en responsable de resolverla?
La respuesta es la siguiente: evidentemente ella no es la única que podrá resolverla, pero sí puede desempeñar un papel importante en esto por dos razones: por el poder emocioal que tiene sobre el hijo y que la convierte, por lo tanto, en fuente de autoridad emocional, y porque la maternidad funciona bien para “distender" la tensión en las situaciones grupales, sean sociales o familiares: (las madres) son las mediadoras, las “arreglapleitos”, los paños de lágrimas. (Atrévete, p.107)

La propuesta

En concreto lo primero es aceptar que tenemos una responsabilidad. Lo segundo es admitir que debemos contribuir a solucionar el problema y lo tercero es hacerlo. En palabras de la autora:

En México parecería que hay delincuencia pero no delincuentes. [...]
Entonces, el primer paso para la propuesta que aquí se hace, necesariamente consiste en romper esa lógica y reconocer y aceptar que el hijo es delincuente. Esto duele, es difícil, pero hay que hacerlo. [...] Lo saben porque lo ven nervioso, ven que anda con ciertas compañías. [...] ¿Nunca se preguntó alguna de esas buenas señoras cómo ese muchacho suyo, que creció en casa pobre, tenía recursos para todo eso? [...] Tiene que hacerle saber que está al tanto de la situación y que la desaprueba, debe dejar muy claro que si bien aprecia los bienes materiales obtenidos, no encuentra justificación a la brutalidad y crueldad contra las personas. Algunas ya lo han hecho, como la que le dijo a su hijo secuestrador en Navidad: “Ya deja ir a ese señor, su familia lo ha de estar esperando”.
[...]
La madre puede hacerlo precisamente porque su “mandato” cultural incluye la compasión y la ternura [...]
Debe insistirle que el otro, ése al que lastima o mata, es también un ser humano (y esto lo entiende ella “porque ha visto y escuchado a las madres de las víctimas”), y que no puede tratarlo con esa saña porque él mismo también tiene esposa, novia, madre, hijos, hermanos, y no le gustaría que los trataran de ese modo. [...] Tampoco debe dejarle duda de que, además, le preocupa que ella y los demás miembros de su familia son cómplices. Lo son por su silencio, por su voltear al otro lado, por pretender que no saben, por su aceptación de la situación. (Atrévete, pp. 114)

Tal vez, sólo tal vez

... no sea tan disparatada la idea y entre granito y granito de arena va mejorando la cosa. Recuerdo que hace poco me topé con esta noticia, donde la figura de la madre es clave para que se resuelva un asunto de secuestro. Los habitantes de un poblado, hartos de la violencia y conociendo al secuestrador, capturan a la madre y hacen un intercambio de personas: la madre del secuestrador por el secuestrado. Además de ello, la madre del secuestrador hace un llamado al hijo para que suelte al secuestrado. El artículo puede consultarse aquí.



Hasta hoy no has intervenido tú, madre y esposa, abuela y hermana, novia y amiga de un hombre violento.
Hasta hoy no has intervenido, porque no te consideras responsable de lo que hace tu hijo, tu esposo, tu novio, tu hermano.
Pero tú también tienen las manos manchadas de sangre. No eres inocente, eres cómplice. (Atrévete, pp. 165)

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